Culo inquieto

Ya han pasado dos años desde que llegamos a California tras un paréntesis de otro año viviendo y trabajando en Madrid. El blog sigue su curso, esta vez más centrado en este "life'changing event" que nos está pasando. Y como siempre (o casi)el blog sigue llegando...¡¡¡EN ESPAÑOL!!! Sumamos y seguimos, y añadimos un nuevo miembro a nuestra familia: Sarita Do-Fernández.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Otra perspectiva

Es refrescante y sorprendente mirar lo que vemos cotidianamente a través de los ojos de aquel que lo mira por primera vez. Ahora que paseo a solas con Sara y no de la mano de mi madre repaso todo aquello que le llamó la atención durante su estancia: los árboles de júpiter, las ventanas sin visillos de las casas, la falta de ancianos en los parques jugando con sus nietos... ¿Cómo es posible que Conchi reparase en tantísimas cosas que yo, después de haber pasado 7 años camino de 8 aquí nunca he notado? Gracias a ella, ahora lo veo todo distinto, lo cual es enriquicedor pero al mismo tiempo deprimente, deprimente porque la echo más de menos. Ahora cada cosa y cada lugar me recuerdan a ella, y lo que no me recuerda a ella, me da lástima porque ella no lo vio. A pesar de mis esfuerzos porque ella lo viera todo, siempre se quedan cosas en el tintero. Me gusta fantasear y pensar que puedo empezar a hacer una nueva lista como la que hice en junio y anotar en ella todas esas cosas que le enseñaría en una futura visita, pero sé que eso es muy difícil, por no decir imposible. Al mismo tiempo, sigo manteniendo la esperanza de que no hubiera necesidad de otra visita porque dentro de no tanto tiempo mi pequeña familia yankee y yo estaremos en Madrid aposentados de por vida. Y a todas estas reflexiones llego paseando por las calles de San José, viendo sus rincones fotografiados e inmortalizados en vídeo por mi madre, que siempre me da otra perspectiva ante las cosas.

martes, 16 de septiembre de 2008

Malabares

Hoy no he salido de casa, bueno, no hemos salido de casa ni Sara ni yo. El día ha sido gris, muy nublado y frío, lleno de siestas de Sara y horas de su sueño aprovechdas para cocinar, lavar pijamas y bodies, adecentar la casa... Son las cinco de la tarde y apenas acabo de terminar de arreglarme. Aunque no sé si saldré de casa, me obligo a mí misma a pintarme "el ojo" cada día, a no dejarme, a que cuando venga Vinh a casa se lleve una sorpresa agradable al verme. Pero en días como hoy no es fácil. Las horas se me escapan como arena en un reloj y a pesar del paso del tiempo y de todo lo que durante ellas hago, nada cambia a mi alrededor.
Me pregunto cómo lo haré cuando Sara duerma menos. Seguramente no pueda con todo como ahora lo hago y por eso cada día me repito que tengo que aprender a "let go" como se dice por aquí, a intentar no abarcar tanto y tomarme las cosas con más calma. Si no se puede fregar los cacharros un día, pues no se friegan. Si no se hace la cama, pues no se hace. ¡Je! Parece muy sencillo así dicho, pero la verdad es que no sé yo si voy a ser capaz. A veces creo que soy un poco maniática: los cojines del sofá, siempre colocados de una forma determinada, como los de la cama. La ropita de Sara, doblada de esta otra. Y es que como algo no esté en su sitio, me molesta. Es como una mosca zumbando a mi alrededor. Aunque desvíe la vista de ello, la idea me persigue. Eso no puede ser bueno. En cierto modo no me importan mis manías porque estoy acostumbrada a hacer malabares con varias tareas y cosas pendientes por hacer, hacerlas y sentirme bien por ello. Pero siento que con Sara me debo más a ella. Ella debe ser mi prioridad. Y de verdad que atesoro cada momento que paso con ella. La veo dormir y se me cae la baba. Hace sus gorgojeos, y se me hace el culo pepsicola (con perdón). Pero no es fácil esta transición, pensar que estoy en casa no para hacerme cargo de la casa, sino de Sara. Mi trabajo a tiempo completo ahora es el de ser madre por encima de "ama de casa". Aun no me hago a la idea de que lo soy, de que soy mamá. Supongo que eso de ser madre no se nace, sino que se hace. En mi caso parece que se hace a fuego lento. Será que entre el fogón, las compras, la cama y el polvo, no me doy cuenta de que mi vida ha cambiado.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

De cine

Cómo me gusta el cine, y qué suerte tengo de estar ahora en San José, y no en Madrid, por ejemplo. Decía Luis Eduardo Aute aquello de "cine, cine, cine; más cine, por favor, que toda la vida es cine y los sueños, cine son". Y esa canción siempre me ha gustado, porque describe mi sentir acerca del cine y cuánto me gusta. No me refiero sólo a ver buenas películas, sino el acto de ir al cine en sí. Y si decía que tengo suerte de estar en San José y no en Madrid es porque hemos descubierto que aquí, eso de tener un bebé recién nacido no es un handicap para ir al cine, sino una ventaja: descuentos, horarios flexibles, y lo más importante, la oportunidad de hacerlo sin tener que aparcr al bebé con una canguro o los abuelos.
Ayer fuimos a la sesión de la 7 de la tarde a ver "Traitor", una película sobre el terrorismo islámico que acaban de estrenar. Ese es uno de los bonus de estos "diaper days" (días de pañales es cómo se hacen llamar estas sesiones para padres e hijos): no echan pestiños del año de la polca sino películas actuales. ¿Más ventajas? La entrada además tiene 3 dólares de descuento si la sesión es matiné. También gozamos de descuentos en restaurantes cercanos presentando el ticket. Por si todo esto, sumado al hecho de que los papis y mamis podemos ir al cine, fuera poco también ves a otros padres que están en tu misma situación: meciendo en brazos a un recién nacido, andando detrás de otro que decide gatear por el suelo, corriendo detrás de la que da vueltas alrededor de las butacas, la madre que se saca "la teta", el padre que saca el biberón... el ambiente es un tanto pintoresco, por llamarlo de alguna manera, pero me parece una idea estupenda que si no la tienen en España, alguien debería exportar, porque los padres también somos espectadores.

martes, 2 de septiembre de 2008

Ay pena, penita, pena


Ni me he puesto folclórica ni pretendo que estas últimas entradas del blog le den un aire desesperado ni triste. No es ese mi estado de ánimo con el terremoto Sara alrededor, pero hoy no podía dejar de mencionar el evento de la semana: la vuelta de la abuela Conchi a España. Después de 5 intensas semanas con nosotros, mi mami vuelve a su hogar, que está en Madrid con mi padre, con Pancha, Pintas y Mimo (la perrita y los dos michinos). Su hogar está muy lejos del mío, aunque a estas alturas de la vida sigo sin saber muy bien dónde está el mío.

Dentro de 7 horas se irá, pero no lo hará igual que vino. Conchi llegó a San Francisco siendo hija y siendo madre. Ahora regresa huérfana de padre, ya que mi abuelo murió a los dos días de llegar aquí; y regresa siendo abuela, un galón que se le otorgó aquél 29 de julio de 2008. Quizá porque ahora yo soy madre entiendo mejor lo duro que ha de ser para ella dejar a su hija y ahora también a su nieta en este continente que queda tan a desmano de Madrid. Así que nos quedamos todos con un sabor agridulce parecido al de la cocina china: tantas alegrías después de un mes más que intenso, pero esa pena, penita, pena de tener que separarnos una vez más hasta dentro de 3 meses.

Conchi se va con los deberes hechos: pañales cambiados, mimos y besos derrochados y asistencia técnica con tareas varias de la casa: lavar, plachar, barrer, aspirar, fregar, coser, cocinar e incluso acondicionar el jardín y el patio con flores que le dan más alegría al lugar. Paisajes vistos, compras hechas, regalos empaquetados, turisteo puesto en práctica y, como suele suceder en estos casos, con una maleta más de con las que vino.
Supongo que se me hará un mundo empezar una nueva rutina yo solita entre estas cuatro paredes, sin nadie con quien hablar ni nadie que nos mime a la enana y a mí. Será algo que tendré que aprender a hacer, como si no hubiera aprendido unas cuantas cosas en estas cinco semanas. Pero como viene siendo habitual en mí tendré que apechugar, morderme el labio inferior, aguantar las lágrimas y los nudos en la garganta, armarme de valor y "tirar p'alante", con la esperanza de que ello me siga haciendo una muchacha más independiente y capaz. Aunque, para qué engañaros, ya me estoy cansando de eso, y empiezo a contar los meses que quedan (sin saber cuántos son) para que pueda vivir de una vez por todas con mi otra parte de la familia, esa que tan lejos y tan cerca me sigue quedando. Bien mirado, creo que nunca he dejado de contar esos meses en todos los años que llevo aquí, y la pena dormita, pero en días como hoy, despierta y duele.