Esta mañana, cuando el despertador marcaba las 9:15, me han despertado los gruñiditos de Sara, que se desperezaba en su cunita, aún a caballo entre el sueño y la vigilia. Me he asomado por encima desde mi cama y he visto como sus dos ojitos batían los párpados como alas de mariposa, despacito al principio, y más rápido después. Hemos saludado al sol, a las cosas de la habitación y a la nena, y poco a poco, al ir reconociendo que estaba despieta y con mamá, Sara me ha obsequiado con la más grande y la más desdentada de las sonrisas, para luego regalarme ajo, ajo y más ajo.
Habla por los codos, pone las caras más risueñas que he vsito en mi vida, me reconoce, se muestra feliz, y yo no quepo en mí misma de felicidad. Podría pasarme así mirándola toda la vida, con ella en brazos, toda la eternidad. Es tan tierna, tan cálida, tan inocente, y huele tan bien... Me la como a besos sin miedo a que se gaste, apurando cada minuto de esta fase, que no sé cuánto durará, con curiosidad por saber qué deparará la próxima pero sin prisa por que llegue, ya que sé que en algún momento se acabarán sus "ajos" para dar paso a otras cosas mejores.