Culo inquieto

Ya han pasado dos años desde que llegamos a California tras un paréntesis de otro año viviendo y trabajando en Madrid. El blog sigue su curso, esta vez más centrado en este "life'changing event" que nos está pasando. Y como siempre (o casi)el blog sigue llegando...¡¡¡EN ESPAÑOL!!! Sumamos y seguimos, y añadimos un nuevo miembro a nuestra familia: Sarita Do-Fernández.

miércoles, 25 de marzo de 2009

The First Time Ever I Saw Your Face

The First Time Ever I Saw Your Face


The first time ever I saw your face
I thought the sun rose in your eyes
And the moon and stars were the gifts you gave
To the dark and the empty skies, my love,
To the dark and the empty skies.

The first time ever I kissed your mouth
And felt your heart beat close to mine
Like the trembling heart of a captive bird
That was there at my command, my love
That was there at my command.

And the first time ever I lay with you
I felt your heart so close to mine
And I knew our joy would fill the earth
And last till the end of time my love
It would last till the end of time my love

The first time ever I saw your face

domingo, 8 de marzo de 2009

A mis bichos

Alicia, otra escritora que nos obsequia con un blog que siempre me parece cercano y encantador, hace poco hacía mención de su relación con los animales desde su infancia hasta el momento presente. Leyéndolo y comentando en su blog, me di cuenta de que no creo que jamás le haya dedicado unas líneas a los bichos que más quiero en este mundo, así que no podía dejar de repescar mi propio comentario y ponerlo hoy aquí -sin erratas- a modo de entrada (aunque la idea hoy no sea muy original) para que todos sepan de Chispa, Zar, Pintas, Chica, Pancha, Mimo y Neo.

Los animales... yo de pequeña vivía en un piso y mi máximo afán era tener un caballo guardado en el trastero o el cuarto de basuras del portal, ya ves tú. A falta de espacio, pusimos un acuario, pues mis padres se negaban a tener perros pequeños y los grandes, que son los que más nos gustaban, no merecían vivir recluídos en un piso, mal que me pesase a mí. Después a los 11 años mi paciencia se vio recompensada, y al irnos a vivir a una casa de planta baja y muuuucho jardín, llegó a mi vida un chuchillo callejero a quien unos desalmados le cortaron el rabito y arrojaron a unos matorrales, mitad golden retiever, labrador y quién sabe qué más. Obsequio de mis abuelos, quienes la recogieron de manos de una señora que salía del veterinario con ellla y dos niños y ante la imposibilidad de cuidarla, Chispa se instaló en nuestras vidas. Lista como el hambre y cariñosa a más no poder, Iscra ("chispa" en ruso, y así bautizada por mi abuela) se convirtió en mi primer perro, seguida de Zar, un Husky desquiciado por vivir en un piso en pleno centro de Madrid. Ambos murieron de viejitos, Chispa llevada por un cáncer y Zar por la mala leche que tenía, no me cabe la menor duda. Les siguieron Pintas, una gata mala pero a cuya madre mató Chispa y con quien contrajimos una deuda y nos sentimos obligados a acogerla. Luego Chica, otra perrita callejera, negra y algo asustadiza, a quien se llevó un maldito tren por delante. Ahora con mis padres viven Pancha, una pelanas encantadora que peca de tontorrona de tan buena que es, y Mimo, un gato negro , cobarde y algo pendenciero al mismo tiempo. En mi casa tenemos al llorica y amoroso de Neo, otro gato a quien adoptamos aquí en Cali, que viajó a España con nosotros y lo hizo de vuelta aquí, y quien tiene pasaporte. Quién sabe cuantos más animales nos acogerán en sus vidas a mí y a mi familia en el futuro.

sábado, 7 de marzo de 2009

¿Estamos locos?

El pasado viernes nos invitaron a mi amiga Sonia y a mí a comer al Google plex. Para quienes no sepan qué es eso, se trata de un campus de oficinas de la empresa Google al que indefectiblemente voy a parar cada vez que sigo uno de sus mapas y me pierdo, qué ironía, ¿verdad? Está en la ciudad de Mountain View, pegadito a la bahía de San Francisco y rodeado aparte de por agua por un costado, de explanadas verdes y arbolado. Ni casas, ni tiendas, ni nada. Tecnología punta en medio de la bahía de San Francisco.
Seguimos a nuestra amiga en nuestros coches hasta el aparcamiento, donde nos recibió un "aparca-coches" que amablemente nos indicó dónde estacionar. Sacamos a nuestras tres bebés y nos encaminamos hacia el interior del complejo. Entramos en uno de los edificios y lo primero que llamó mi atención fueron los sofás y "pufs" donde dormitaban lo que yo etiqueté de científicos locos, o "techies" que descansaban en esas piezas de mobiliario con los colores consabidos de google: azul, amarillo, verde, rojo. En las paredes, aparte del menú que cada restaurante ofrece, colgaban diferentes páginas de Google de diferentes países y con diferentes decorados. Muy coorporativo todo.
Pasando una puerta de cristal se encontraba un lugar donde se dejaban las bicis, y un poquito más allá se atisbaba un letrero que indicaba el camino al gimnasio y otro al restaurante. Me preguntaba cuál de ellos, porque de camino al edificio ya había visto yo unos cuantos. Nuestra amiga escaneó su pase de empleada y tras introducir nuestros nombres en una máquina, salieron impresos dos pases adhesivos para Sonia y para mí. Con ellos en la pechera y cara de fascinación como si estuviéramos en Disneylandia, nos encaminamos a "Charlies", donde había comida sin fin: hindú, china, japonesa, bar de ensaladas, de sanwiches, de helado, de frutas, de postre... máquinas expendedoras de bebidas... y el área para sentarse a comer con mesas pegadas a paredes de corcho con chinchetas y ordenadores para aquellos que comían y trabajaban, una amalgama de gente de todas partes del mundo y mucho bullicio.
Terminada la comida nos fuimos al centro de reciclaje, donde muy cuidadosamente tuvimos que deshacernos de cada contenedor y resto orgánico ante la atenta mirada de un chico que te ayudaba si como yo eres trope y no sabes dónde van los palillos, el potito de Sara y el paquete de leche en polvo aun con restos orgánicos.
Nos fuimos al aseo a cambiar los pañales de las niñas, y acabamos en la "maternity room", lugar diseñado para que las madres lactantes que ya han vuelto al trabajo puedan sacarse leche con total confort y discreción. Y de ahí al parking otra vez, esta vez reparando en un camión tipo Cruz Roja pero donde no se da sangre sino donde te cortan el pelo. Podíamos haber hecho la colada, pues también tienen ese servicio, o cambiar el aceite al coche, o habernos dado un baño en la piscina si el tiempo y la indumentaria hubieran acompañado mientras las niñas esperaban en la guardería, que también la hay.
Mi amiga Sonia estaba deslumbrada por lo que parecía un ambiente de trabajo tan amable. Yo al final me sentí un poco atrapada y horrorizada, pues veía a un gigante exprimiendo a sus empleados, seduciéndolos para que no vieran la necesidad de volver a sus casas, con la productividad a todo coste como lema. Google me pareció pues algo así como un caramelo envenedado.

lunes, 2 de marzo de 2009

Volver a Empezar


Volvió a empezar mi vida de la "era pre-Sara". No pensaba yo que la época de recién nacida de Sara duraría tan poco, o al menos pensaba que no pasaría más rápido que cualquier otra. Incrédula ante esos "aprovecha ahora, que el tiempo pasa muy rápido" de cuantos amigos y conocidos con bebés escuchaba, no sabía de qué podían estar hablando. Antes los meses pasaban. Ahora los meses ya no pasan, sino que vuelan. El período que ha cambiado mi vida para siempre se ha compuesto de 2 + 9 meses de embarazo(s) y 7 meses con Sara entre nosotros. Más de 19 de maternidad en estado puro y más de medio año en el que mi vida ha dado la vuelta casi completa y este fin de semana me veo volviendo a lugares y rutinas ya conocidas que casi había olvidado: cenas, cerveza, cócteles, la regla, hablar con mis superiores de mi reincorporación al trabajo, llevar un bolso... Cosas mundanas y triviales que la maternidad apartó de mi lado durante casi dos años. Ha sido durante este fin de semana cuando me he bebido plácidamente un cóctel de albahaca, zumo de manzana, vodka y licor de melococtón mientras cenaba a media luz con Vinh, que a mis ojos ya ha pasado de ser sólo el padre de Vinh a volver a ser mi marido; me he bebido una pinta de cerveza comiendo con amigos; dos copas de albariño desgustando una paella; he estrenado un bolso que ha remplazado por unas horas a la "diaper bag" (la bolsa del bebé con todos sus enseres), y ni siquiera lo he colgado del carrito, sino que me lo he puesto en el hombro con orgullo y coquetería. He vuetlo a llevar hasta un jersey sin hombros. Y he aparcado definitivamente los sujetadores de lactancia. Y todo esto me ha ayudado a sentirme un poquito más "yo", y menos "nodriza", aunque Sara, sus sonrisas y sus lágrimas, sus pañales y sus puñitos cerrados al dormir en mi regazo me recuerdan que, de tener un hermanito, todo aquello que he acariciado con la punta de los dedos este fin de semana podría volver a desvanecerse y el aquello que los agoreros me decían pasaría volando para no volver, también podría volver a empezar (y la posibilidad de que así sea, me conmueve y me encanta).