Felicidad. Cuántas ideas caben en esa palabra, y cuántas se me quedan fuera. Se me quedan fuera mis padres y el haberles podido decir cara a cara que van a ser abuelos, y mi abuela, y Mirian, y Deborah, y Jesus, y todos los amigos y resto de familiares que quedan ahora tan lejos. Pero siempre pensé que cuando llegara este momento, si es que llegaba, sería más difícil. Y, afortunadamente, no lo ha sido. Ahora pienso en la alegría que sentirán en diciembre, cuando vean mi tripa de melón o sandía (dependiendo de que sea niño o niña). La alegría de ir a comprar ropa con Miriam. Y la de empezar a recibir regalitos. La alegría de haberlo compartido con la gente de aquí, que de haber estado en España, no lo habría podido hacer así. Y es que, aunque no se pueda tener todo, hoy no me importa nada. Porque siento felicidad. Quizá en la ignorancia de lo que me espera. Quizá en anticipo a ello. En cualquier caso, en cualquier país, hoy sólo siento felicidad.
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