Ni me he puesto folclórica ni pretendo que estas últimas entradas del blog le den un aire desesperado ni triste. No es ese mi estado de ánimo con el terremoto Sara alrededor, pero hoy no podía dejar de mencionar el evento de la semana: la vuelta de la abuela Conchi a España. Después de 5 intensas semanas con nosotros, mi mami vuelve a su hogar, que está en Madrid con mi padre, con Pancha, Pintas y Mimo (la perrita y los dos michinos). Su hogar está muy lejos del mío, aunque a estas alturas de la vida sigo sin saber muy bien dónde está el mío.
Dentro de 7 horas se irá, pero no lo hará igual que vino. Conchi llegó a San Francisco siendo hija y siendo madre. Ahora regresa huérfana de padre, ya que mi abuelo murió a los dos días de llegar aquí; y regresa siendo abuela, un galón que se le otorgó aquél 29 de julio de 2008. Quizá porque ahora yo soy madre entiendo mejor lo duro que ha de ser para ella dejar a su hija y ahora también a su nieta en este continente que queda tan a desmano de Madrid. Así que nos quedamos todos con un sabor agridulce parecido al de la cocina china: tantas alegrías después de un mes más que intenso, pero esa pena, penita, pena de tener que separarnos una vez más hasta dentro de 3 meses.
Conchi se va con los deberes hechos: pañales cambiados, mimos y besos derrochados y asistencia técnica con tareas varias de la casa: lavar, plachar, barrer, aspirar, fregar, coser, cocinar e incluso acondicionar el jardín y el patio con flores que le dan más alegría al lugar. Paisajes vistos, compras hechas, regalos empaquetados, turisteo puesto en práctica y, como suele suceder en estos casos, con una maleta más de con las que vino.
Supongo que se me hará un mundo empezar una nueva rutina yo solita entre estas cuatro paredes, sin nadie con quien hablar ni nadie que nos mime a la enana y a mí. Será algo que tendré que aprender a hacer, como si no hubiera aprendido unas cuantas cosas en estas cinco semanas. Pero como viene siendo habitual en mí tendré que apechugar, morderme el labio inferior, aguantar las lágrimas y los nudos en la garganta, armarme de valor y "tirar p'alante", con la esperanza de que ello me siga haciendo una muchacha más independiente y capaz. Aunque, para qué engañaros, ya me estoy cansando de eso, y empiezo a contar los meses que quedan (sin saber cuántos son) para que pueda vivir de una vez por todas con mi otra parte de la familia, esa que tan lejos y tan cerca me sigue quedando. Bien mirado, creo que nunca he dejado de contar esos meses en todos los años que llevo aquí, y la pena dormita, pero en días como hoy, despierta y duele.